En todo caso, el acuerdo de Copenhague abrió una etapa en la lucha por los derechos de la mujer, como parte de la lucha del género humano por un mundo justo. La resolución explicaba que la agitación por los derechos femeninos debería servir a la lucha por la paz, la democracia y el socialismo.
Como se sabe, la sociedad patriarcal y la propia Iglesia Católica daban por supuesta la inferioridad de la mujer.
Esa tradición fue rota por alguna mujeres -y también por algunos hombres-. Notable es el caso de la francesa Marie Gouze Aubry. Apenas se había secado la tinta de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (agosto de 1789), cuando ella pidió, en 1791, que la Asamblea Nacional de Francia aprobara su propuesta de Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana.
No le hicieron caso, por supuesto.
Pero las ideas que estampó en su proyecto era una bomba de tiempo, que estalla ahora en el siglo XXI.
Proponía en el artículo primero: "La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden basarse en la utilidad común".
Y en el artículo 2: "El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y el Hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión".
¡Vaya mujer osada, lúcida y visionaria!
Mucha agua a pasado desde entonces bajo los puentes de París. Pero la propuesta conserva actualidad y exige acción enérgica.
Aquello de a igual trabajo, igual salario, se incumple hasta en los países avanzados.
Ha aumentado en el Perú el porcentaje de mujeres con instruccion superior, pero el analfabetismo castiga más a ellas que a ellos.
La violencia familiar, el acoso sexual, los abusos patronales, los despidos, el desamparo de la madre y el niño, son plagas sociales que nos sobrecogen en cada calle.
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