Mario cuenta que le gustaría ser abogado. “Más que sea profesor”, dice tras reflexionarlo unos segundos. Es un chico de 14 de años que vive en La Rinconada, un infernal pero gélido pueblo de mineros artesanales, a 5.100 m. s. n. m., en Puno.
Mario es hijo de un obrero minero y el mayor de cinco hermanos. Después del colegio su trabajo, bajo supervisión paterna, consiste en romper y remover piedras de uno de los socavones que se adentran en el Ananea para tratar de arrancarle un poco de oro a esa montaña nevada.
El adolescente no parece estar consciente de que trabaja bajo extremas condiciones de humedad, emanaciones tóxicas e inseguridad física. Lo que sí empieza a preocuparle es llegar a casa sin fuerzas para las tareas escolares, sabiendo que estas y no las otras le permitirán alcanzar el sueño de convertirse en abogado o profesor.
Casos como el de Mario y el de los otros 2.000 niños que trabajan en La Rinconada –60% realiza labores mineras, algunos contra su voluntad, según la Dirección Regional de Trabajo de Puno– crean consenso en la opinión pública sobre la necesidad de erradicar el trabajo infantil en el país. Tanto la peligrosa labor de los menores en zonas mineras, como las que colindan con la trata, la prostitución, la pornografía, el tráfico de drogas o la violencia.
Contraste urbano-rural
Sobre otros tipos de trabajo infantil, Grade acaba de presentar el estudio “Efecto heterogéneo del trabajo infantil en la adquisición de habilidades cognitivas”, que analiza el efecto de las horas trabajadas en el desarrollo de las habilidades cognitivas, y establece que no todo trabajo resulta negativo cuando la escuela es deficiente.
En base a datos sobre el uso del tiempo obtenidos por Niños del Milenio y a pruebas de habilidades verbales y matemáticas, la investigación de Carmen Ponce demuestra que en zonas rurales del país la participación infantil en el mercado, si es bajo supervisión familiar, no va necesariamente en desmedro del logro educativo. Al contrario, puede otorgar valiosos conocimientos que no ofrecen las escuelas.
No pasa lo mismo en las ciudades. “En el área rural no hay efectos significativos de una hora adicional de actividades económicas. Pero los estimados urbanos sí muestran efectos negativos de horas adicionales de trabajo”, aclara el documento.
Se podría explicar por el tipo de ocupación que los niños urbanos suelen desarrollar, fuera del entorno familiar (cargadores en mercados, recicladotes, limpiadores de carros, etc.), que los expone a riesgos físicos y psicológicos, asociados a la explotación y el abuso por parte de adultos ajenos. Y les puede hacer perder el interés y la capacidad de aprender.
En las zonas urbanas, entonces, el aprendizaje siempre se ve afectado de modo negativo, y será peor mientras sean más las horas de trabajo. En las zonas rurales, esa investigación halló, sorprendentemente, que la participación del niño en negocios familiares bajo supervisión familiar (la chacra, la venta de productos, etc.) favorece su rendimiento en matemáticas.
Revisar políticas públicas
Luego de explorar ese potencial ‘trade-off’ entre trabajo infantil y escuela (debido a la competencia por tiempo y energía entre ambas actividades), el documento recomienda que las políticas públicas estatales se encarguen de mejorar la calidad educativa antes de lanzarse a suprimir todo tipo de trabajo infantil, ciegamente.
El estudio nos ofrece una posición desafiante, que debe ser considerada por el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social. Sin embargo, no se trata de que el remedio (la escuela) resulte peor que la enfermedad (el trabajo infantil). Tanto Mario, de La Rinconada, como los más de tres millones de niños entre 6 y 17 años que trabajan en nuestro país, necesitan educación de calidad.
Revisando diversos documentos y convenios de la OIT se puede ver que , por definición explícita y por el uso del término, se considera al “trabajo infantil” como un fenómeno económico-social a erradicar globalmente, ignorando la particularidad de los sujetos implicados en la actividad. Es clara la intención de la OIT de implantar un concepto único y anular bajo este término la complejidad del fenómeno, término que anuncia desde ya claras limitaciones al no reconocer al niño como sujeto así como la importancia del trabajo como actividad vital constitutiva del mismo. Es por eso que centra su intervención en el cumplimiento de la ley y la articulación de redes para “abolir efectivamente el trabajo infantil” (Convenio 138).
Personalmente me inclino por el uso del término “infancia trabajadora”, utilizado por los movimientos de niños, niñas y adolescentes trabajadores e instituciones ligadas a estos. Son estas organizaciones las que se preocupan por un reconocimiento de la infancia como sujeto y su condición como trabajadores, contribuyendo a la construcción de una identidad individual y colectiva. Por eso es común escuchar a muchos de estos niños decir que se sienten orgullosos de trabajar y de contribuir a la economía de sus familias y de su sociedad.
Una vez más queda develado el gran divorcio que existe entre el ideal del derecho internacional discutido y consensuado en los elegantes fueros de los organismos internacionales, con la realidad y el polvo que mordemos los pueblos latinoamericanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario