lunes, 23 de febrero de 2009

LOS PIELES ROJAS

Los pueblos aborígenes de Norteamérica, que fueron salvajemente aniquiladas por los europeos que llegaron en el siglo XVI, desarrollaron toda una cultura y un modo de vida muy particulares, que pudieron aportar mucho al continente y al mundo si no hubiesen sido destruidos por los invasores. A continuación les ofrecemos una reseña sobre ellos.

Los indios norteamericanos alcanzaron una forma de vida fascinante antes de la llegada del hombre blanco. La visión que de ellos nos dan las películas del Far West no refleja la grandeza de su raza.

Un salvaje noble: ésta fue la primera imagen literaria extraída de los pueblos originarios de Norteamérica, la que subsistió más tiempo entre los hombres y la que todavía constituye la esencia de los "indios" de las películas y de los filmes de la televisión. Los pueblos norteamericanos, indios, esquimales y aleutianos, eran de variadas culturas y logros, exploradores e inventores, agricultores y constructores, cazadores y guerreros.


LAS TRIBUS INDIAS
La llegada del hombre blanco provocó grandes cambios en el modo de vida.Por ejemplo, la introducción del caballo en un continente en el que no se conocían ni este animal ni la rueda, revolucionó la caza y el transporte. A fin de obtener un cuadro real de los esquemas de sociedad en Norteamérica, es necesario examinar las vidas de algunas tribus, agrícolas y nomádas, ricas y pobres, antes de la llegada de los europeos. Con anterioridad a la invasión blanca vivían en Norteamérica alrededor de un millón de pieles rojas.

Estaban divididos en cientos de tribus, cada una con sus costumbres y su lengua, aunque, de hecho, estas últimas constituían seis grandes familias lingüísticas. Algunos indios eran cazadores y su subsistencia dependía en gran medida de las piezas que cobraban. Otros eran nómadas y recorrían continuamente sus tierras en busca de frutas y semillas y cazando esporádicamente para obtener carne. La mayor parte de las tribus eran agrícolas y vivían en colonias más o menos permanentes, gozando, en algunos casos, de un alto nivel de vida organizada. Con los indios, compartían el continente los esquimales y aleutianos, que vivían en el Círculo Polar Ártico y tenían sus formas de vida propias.

LOS CONSTRUCTORES DE TÚMULOS
Antiguamente, Norteamérica estubo unida a Asia, y aunque sus primeros pobladores vivieron hace de veinte a cincuenta mil años, parece que la principal ocupación de la tierra tuvo lugar hace unos doce mil años, cuando los pueblos mongoles de Asia cruzaron el brazo de tierra que hoy constituye el Estrecho de Behring y se fueron desperdigando por la inmensas y despobladas tierras. Su desarrollo cultural fue desigual. Cuando la invasión europea comenzó en serio en el siglo XVII, algunas tribus habían logrado un nivel de civilización similar al del paleolítico superior de Europa (aproximadamente la época en la que se pintaron las cuevas de Altamira, hace unos veinte mil años). La mayor parte de sus tribus se encontraban en el neolítico (que se alcanzó en Europa alrededor del año 3000 a.J.C.) con una vida agrícola bien desarrollada, y más asentada que nómada. Tenían animales domésticos y fabricaban utensilios de piedra pulida y cerámica. Algunos conocían el secreto del trabajo de los metales, principalmente del oro.

Una de las culturas más avanzadas era la de la de las tribus que vivían en el sudeste, entre ellas la de los indios Creek, Chikasaw, Choktaw y Natchez. Se les llamaba constructores de túmulos porque construían grandes montículos de arena destinados a tumbas y a veces como cimientos para sus templos. Vivían en chozas redondas y abovedadas, que construían plantando en el suelo un anillo de varas largas y flexibles que luego doblaban y ataban en el centro. Finalmente, techaban la estructura con paja. En el centro de cada vivieda ardía un fuego y el suelo, de tierra apisonada, estaba cubierto de esteras y pieles de animales. Los indios cultivaron maíz y otros productos en los campos que rodeaban sus ciudades, pero la agricultura no constituía, de ningún modo, la única fuente de alimentos. Como vivían cerca de los bosques, podían disponer de gran cantidad de bayas, nueces y carne. En la época de siembra y recolección, toda la comunidad iba a trabajar a los campos.

UNA ESPIGA Y UNA PIERNA DE VENADO
En el sudeste, y, de hecho, en la mayor parte de Norteamérica, la organización tribal giraba entorno a la familia o el clan. En una tribu cada clan tenía su anciano, y cada aldea o tribu su jefe, que guíaba a su pueblo con la ayuda de un consejo. En tiempos de contienda, un jefe guerrero organizaba a los "bravos" y los conducía a la batalla, después de un periodo de preparación en el que los guerreros ayunaban, ingerían eméticos para purificarse y realizaban danzas rituales.

La guerra contra las tribus vecinas era casi un pasatiempo popular, que adaptaba la forma de pequeños ataques o escaramuzas. Un grupo reducido y disciplinado, armado de arcos y flechas, lanzas, cuchillos y palos, caían repentinamente sobre el enemigo, arrancaban la cabellera a los hombres, mujeres y niños sin distinción y, a continuación desaparecían. Un brazo, una pierna o una cabeza era un trofeo tan apreciado como una cabellera. En el intervalo entre las batallas, los guerreros se entretenían con juegos para mantenerse en forma. Una actividad muy popular era una versión dura y primitiva del balonpié.

En el Sudeste, el parentesco por línea materna constituía la base de la pertenencia al clan; en teoría, todos los miembros del clan compartían la misma mujer como ascendiente y, consiguientemente, hombres y mujeres evitaban el matrimonio en el seno del mismo. Escogida la pareja, los ancianos de la familia, generalmente abuelos o bisabuelos, tenían que aprobar la unión. A continuación tenían lugar las nupcias, en que la novia ofrecía una espiga la novio como prenda de su disposición para llevar la casa y el huerto, mientras que el novio le ofrecía una pierna de venado para simbolizar que cazaría para llenar la despensa familiar. El poder de las mujeres, mostrado en su capacidad para engendrar niños, era objeto de misterio y temor. Los guerreros creían que, si se sometían a la influencia de la mujer en tiempo de menstruación o embarazo, en que su poder se ponía de manifiesto, perderían su fuerza viril y guerrera. Por ello, en tales ocasiones se recluían celosamente a las mujeres.

La cortesía era una parte importante en la vida tribal, y la etiqueta, tan estricta como en cada hogar de la clase media europea decimonónica. Las disputas o las interrupciones a los oradores estaban prohibidos. Si un huésped varón viajaba sin su esposa, se le ofrecía una mujer, y si esta hospitalidad daba lugar una criatura nadie se escandalizaba del acontecimiento, ya que, en cualquier caso los niños pertenecían al clan de la madre. Gran parte de los mitos y leyendas de los constructores de túmulos subsisten únicamente en versiones fragmetarias y distorsionadas. Entre los mitos más populares se encuentra el del Espíritu Embaucador, que aparece en varias zonas. Los Creeks le identificaron con el conejo y con esta forma ha pasado a la moderna leyenda folklórica.

LOS PUEBLOS DE LA CUENCA
Con la vida organizada y sedentaria de los constructores de túmulos contrasta la cultura de los indios de la zona de la Gran Bassím en el oeste de los Estados Unidos, que apenas se preocupaban de otra cosa que la subsistencia. Los indios que vivían allí eran nómadas; acompañaban durante una semana más o menos mientras recogían todos los alimentos posibles, como semillas, raíces o bayas, y después se trasladaban. Ponían trampas para cazar conejos, aves, lagartos e incluso saltamontes. En la zona meridional de ese territorio se reuníam en grupos para conducir a los antílopes a grandes corrales o trampas. Había pocas guerras; no existían comunidades sedentarias que atacar y casi nada por lo que mereciese la pena luchar.

Los Pueblos de la Cuenca, Paiute, Shoshon, y Ute, entre muchos otros, tenían gran habilidad en sacar todo el partido posible de su pobre mundo. Confeccionaban redes con cáñamo y tejían con ramitas y matorrales toda clase de artículos de cestería para cobijarse , como también herramientas y recipientes. La organización tribal o de clan era escasa y un solo anciano aconsejaba a cada grupo. Las leyes matrimoniales eran simples: se casaban con los que estubiesen disponibles y, si había escasez de pareja, los hombres tomaban dos esposas, o las mujeres dos maridos.

No todas las tribus nómadas eran tan pobres. Más al Norte, en la meseta por la que se desciende al río Fraser, en Canadá, vivían cierto número de tribus, entre las que habían algunos indios Shoshon, cuyo nivel de vida era mucho más alto, aunque sin llegar a los indios del Sudeste. Los ríos, lagos, montañas y algunas zonas del bosque proporcionaban un terreno más rico para merodear en busca de alimentos. En los ríos había salmón y castores, en las montañas carneros y ciervos. Al igual que en el sector de la Gran Cuenca, su organización tribal era escasa. Como era de esperar de una comunidad cazadora, los mitos estaban centrados en animales.

Los indios de la costa se construían viviendas permanentes, decoradas con complicados relieves y símbolos. La organización del clan estaba muy desarrollada y cada uno de ellos tenía un tótem, animal que simbolizaba a la tribu y estaba asociado a sus leyendas. Cada clan decoraba sus construcciones con pinturas y relieves del totém, y éste constituía también el núcleo de los mitos del clan.

LOS PUEBLOS DE LAS TIERRAS FRÍAS
Los esquimales tenían una forma de vida muy diferente, impuesta por el clima extremado de sus inhóspitas tierras del Círculo Polar Ártico. Al igual que los indios, eran de origen mongol como denotan sus pómulos salientes, pelo negro y cara ancha. Eran bajos y rechonchos, de rostro carnoso y piel más pálida que los indios, llegaron a América más tarde que éstos y los especialistas en Prehistoria creen que cruzaron en barco el Estrecho de Behring desde Asia, hace sólo dos mil años. Su existencia es esencialmente nómada, y se trasladaban siempre en persecusión de los peces y animales marinos, como la morsa, foca y ballena, de los que obtienen vestidos y alimento y casi todo lo que tenían. Ellos y sus afines, los aleutianos, cazaban ballenas y morsas desde pequeñas embarcaciones, hiriéndolas con arpones lanzados a mano y arriesgándose a una muerte violenta provocada por las sacudidas de las bestias marinas en su agonía.

Entre los animales terrestres tenían importancia para los esquimales, el reno y otro cérvido del Ártico, el nannook, así como el oso blanco, temido por su fiereza y codiciado por su calidad de piel y su carne comestible, y el duro y medio salvaje perro, que constituía el único medio de transporte de los aborígenes. Durante la corta estación veraniega, los esquimales habitaban en tiendas, construidas con varas y pieles, en el invierno levantaban iglús a base de nieve helada con el techo abovedado. Alguno los utilizan todavía. Calentaban el iglú con una lámpara de piedra alimentada con aceite de foca o ballena y el intenso frío del exterior evitaba que se derritiese la morada. Cuando escaseaba el combustible, tomaban crudos gran parte de los alimentos. En los largos periodos invernales en que la caza era imposible, hacían ropas, trineos que serían arrastrados por sus perros, y muchos artículos utilitarios, bellamente decorados con dibujos cincelados o grabados.

En condiciones tan poco hospitalarias, la religión de los esquimales era esencialmente práctica, encaminada en gran medida a apaciguar a los dioses. Las inmusa (fuerzas invisibles) controlaban todo. Cada ser viviente tenía su propio espíritu, que era necesario aplacar o encantar si se le deseaba atrapar, incluso los peces tenían espíritus vigilados por Sedna, diosa del mar, a los hombres les guardaban otros espíritus llamados torngak. La concepción más próxima que tenían los esquimales de un ser supremo era el Torngasoak, Buen Ser o Gran Espíritu, que, aunque inmortal, se le podía matar. Se creía que los espíritus ancestrales hacían el mismo papel que los torngak. Unos hechiceros llamados angakoks servían de intermediarios entre los esquimales y los espíritus que los rodeaban y controlaban su vidas. Estos hombres eran capaces de entrar en trances estáticos y lanzar profecías por lo que se les rendía respeto y reverencia. Los angakoks tenían doble vista y podían presenciar hechos ocultos al resto de los mortales. Se creía que tenían el poder de provocar el buen o mal tiempo y de curar las enfermedades.

LA CAZA DEL BISONTE
En el año 1519, los españoles desembarcaron los primeros caballos en México. Junto con los que llegaron otros colonizadores posteriores, probablemente fueron ascendientes de los caballos salvajes que aparecieron en el Oeste alrededor del año 1600. Muchos de los indios se lanzaron a montarlos como si hubiesen nacidos para ello. A caballo se trasladaban a las Grandes Llanuras para llevar una emocionante existencia nómada, cazando las inmensas manadas de bisontes que allí pastaban. Entre las tribus que se lanzaron a la nueva vida descollaban los Pies negros, Cheyenes y Comanches. No obstante, los indios sacudidos violentamente por el nuevo estado de cosas y obligados a pasar de una cultura del neolítico a la rica de los tiempos modernos, se mostraron incapaces de adaptarse con suficiente rapidez. Fueron despreciados y oprimidos por los europeos y la avaricia de la tierra de los conquistadores destruyó hasta las tribus más adaptables. Perecieron las antiguas tradiciones y muchas tribus se extinguieron por completo.

Mente sagaz Nº26. Barcelona, España.

1 comentario:

Leodegundia dijo...

Gracias por tu visita.
Tu blog es muy interesante y sus artículos muy elaborados, te felicito.
Un saludo