lunes, 3 de agosto de 2009

UNIVERSO INFINITO

La dimensión del universo es algo que ha preocupado a la humanidad –y no solo a los científicos y filósofos– desde que se originó esta. Al inicio, en épocas muy antiguas, se creía que el universo terminaba en el cielo, hasta donde el ojo humano podía percibir, y que pasado este límite se encontraba un gigante que sostenía el mundo, un dragón, etc. Luego Nicolás Copérnico nos mostró que el universo va más allá del cielo azul. Finalmente, ahora, nos es difícil determinar la dimensión del universo, por lo que se le considera infinito. Ya en la Antigua Grecia, Arquitas de Tarento, filósofo y músico, proponía la infinitud del universo. En la actualidad, el desarrollo de la ciencia y de la tecnología nos permite conocer mejor nuestro universo. Sin embargo, esta búsqueda aún continúa, es más, cada vez que se descubre algo, resultan más interrogantes. James Trefil nos presenta, en el prólogo de su libro La cara oculta del universo, un científico explora los misterios del cosmos, un interesante recuento de la discusión sobre la naturaleza del universo.

Tomemos en consideración, si les parece, los pensamientos de Arquitas de Tarento, filósofo, soldado, músico, amigo de Platón y seguidor de Pitágoras.
–¿Es el universo finito o infinito? –le preguntaron.
–Supón que es finito, que tiene límite –respodió–. Entonces podrías caminar hasta el borde del borde con la espada en la mano. Si te detuvieras en el borde y lanzaras hacia delante tanto como pudieras ¿qué sucedería?
”No hay nada en el vacío que pueda desviar la espada, así avanzaría hasta caer. Pero el lugar en que cayese estaría más allá del punto en el que dices que está el límite. Podrías andar hasta ese punto y arrojar la espada de nuevo, caminando después hasta el nuevo punto en que cayera a tierra. No importa donde digas que está el borde, siempre hay un lugar más allá al que podrías arrojar la espada. Con cada lanzamiento tu universo se hace más grande. Concluimos, pues, que el universo no puede tener un borde y debe ser, por tanto, infinito”.
Arquitas y su espada nos proporcionan una imagen muy viva de uno de los esfuerzos más grandes jamás realizados por la mente humana, el intento de conocer el verdadero tamaño y estructura del universo (…)
Obtuvimos nuestros conocimientos actuales del universo un poco como lo hubiera hecho el espadachín de Arquitas, paso a paso. Durante gran parte de nuestra historia, el universo que existía en la mente humana no se extendía mucho más allá del cielo azul, y todo el mundo sabía que el cielo estaba sostenido por un gigante (o un dragón, o lo que fuera). Los argumentos de hombres como Arquitas fueron ignorados, porque era más reconfortante creer que ya sabíamos la mayor parte de lo que había que saber sobre el universo. Pero entonces el espadachín, con el disfraz de un clérigo polaco llamado Nicolás Copérnico, lanzó su espada y el universo fue mucho más grande y mucho más vacío de lo que sus predecesores hubieran podido creer. En nuestro siglo [XX], el espadachín tomó la forma del astrónomo norteamericano Edwin Hubble, que nos enseñó que las estrellas que vemos por la noche sólo pertenecen a una de entre muchos millones de galaxias, galaxias que habitan un universo que Copérnico nunca imaginó.

Hoy la espada de Arquitas ya no es objeto fabricado por el hombre, sino un cuasar situado en el mismo borde de lo detectable, que se aleja de nosotros a una velocidad próxima a la de la luz. Ya no podemos creer en la idea simple de que nuestra “espada” aterrizará en alguna parte. Aunque supusiéramos que pudiera hacerlo, ese hecho no nos sería de ninguna utilidad, porque tendrían que pasar billones de años antes de que cayera “a tierra”. En lugar de ello estudiamos la forma en que se mueve la espada, observamos las formas en que están colocadas las espadas en el cielo y tratamos de reconstruir la forma en que está organizado el universo.
¡Y menudo universo! Poderosas corrientes de galaxias se precipitan por el espacio vacío. Blondas de burbujas y abismos aparecen por todas partes, burlándose de los que intentan encontrar uniformidad sencilla en la naturaleza. Por lo menos el noventa por ciento de lo que hay ahí fuera está compuesto por materiales cuya forma y composición nos son desconocidas. Apenas pasa un mes sin que salga a la luz alguna nueva e inesperada faceta del universo. A medida que nos acercamos a las preguntas finales, parece incrementarse el ritmo con que el universo nos entrega sus secretos.
Resulta que la mayor parte del universo es invisible para nosotros, al no desprender luz ni ondas de radio que nos hables de su presencia. Puede ser que la enorme cúpula estrellada de los cielos tenga tan poco que ver con cómo funcionan realmente las cosas como una ramita arrastrada por la corriente tiene que ver con la forma en que fluye el agua. En otras palabras, puede que vivamos en un universo en el que el comportamiento de las formas familiares de la materia, tales como el Sol o la Vía Láctea, estén absolutamente determinados por los materiales que no podemos ver, pero que llamamos “materia oscura”.
Y sucede con frecuencia que, cuando surgen ideas nuevas en una ciencia, aparecen relaciones entre las nuevas ideas y los viejos problemas. A los astrónomos siempre les ha sido difícil explicar por qué las estrellas están agrupadas en galaxias en lugar de esparcirse por el espacio de una manera más uniforme. Parece que cuando más aprendemos sobre las leyes básicas –los objetos que podemos ver– no debería estar organizada como está. No debería haber galaxias por ahí, no deberían estar agrupadas del modo en que lo están.

Los astrónomos que se asoman al universo con instrumentos cada vez más potentes han visto cómo tomaban forma ante sus ojos extraños diseños. Primero vieron otras galaxias como la Vía Láctea, luego vieron que esas galaxias estaban agrupadas en cúmulos. Recientemente se ha descubierto que esos cúmulos están a su vez agrupados en largas estructuras en forma de cuerda llamadas supercúmulos. El más asombroso (y el más reciente) descubrimiento es que entre esos supercúmulos hay cosas llamadas vacíos, inmensas regiones donde no arde ninguna estrella ni se forma ninguna galaxia.
Por encima y por debajo de esta gran cadena de estructuras, desde los objetos de la Vía Láctea hasta el mayor supercúmulo conocido, encontramos el rastro de la materia oscura, como huellas de pies sobre la arena. En los últimos años hemos llegado a comprender que estos dos problemas –el problema de la estructura y el problema de la materia oscura– están relacionados. También empezamos a ver indicios y sugerencias de que están a su vez relacionados con un tercer problema importante: el problema del origen y la evolución del universo. En otras palabras, parece que nos hemos colocado en una situación tal que nuestro fracaso en resolver una serie de problemas nos ha obligado a reconocer que todos eso problemas tienen que resultar a la vez. Una solución parcial no serviría de nada.
(…)
Hoy, dos milenios después de que Arquitas el primer argumento sobre la naturaleza del universo, estamos a punto de ser capaces de dar una respuesta a sus preguntas sobre el tamaño y la estructura del mismo. En los laboratorios de aceleración de partículas, en distantes observatorios astronómicos y en las instalaciones de ordenadores numéricos gigantes, los científicos están comenzando a acercarse al espadachín, para limitar sus opciones y constreñir su movimiento. De hecho, pude que sea nuestra generación la que tenga el privilegio de proporcionar la respuesta final a cuestiones que han irritado la mente humana desde el alba de la historia.
Así me gustaría que se imaginasen abandonando su confortable sillón viajando conmigo hasta los límites exteriores del conocimiento y la imaginación humanos. Nuestro objetivo: nada menos que una comprensión del origen, la estructura y el destino del universo.



Trefil, James (1990). Prólogo del libro La cara
oculta del universo, un científico explora
los misterios del cosmos. Barcelona: Planeta.

No hay comentarios: